El estrés es una reacción fisiológica de defensa ante ciertas amenazas. Cuando el organismo percibe un peligro potencial, las glándulas suprarrenales liberan adrenalina y cortisol (hormonas del estrés), que hacen que se acelere el corazón para bombear más cantidad de sangre hacia los músculos y otros órganos.
Cuando desaparece la amenaza, el cerebro envía la orden de parar y el organismo vuelve a la calma… En teoría, porque con frecuencia nos cuesta regresar a la normalidad, ese estrés mantenido en el tiempo es el que puede acarrear problemas de salud.
El estrés nos engorda
“El estrés no es ni bueno ni malo, depende de su intensidad, de la frecuencia y de cómo lo gestionemos. La cuestión es tener el justo para resolver la situación amenazante”, aclara Guillermo Fouce, profesor de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Lógicamente, no se puede concretar el número exacto de kilos que se acumula por cada cosa que nos altera, pero para hacernos una idea, el efecto del estrés es comparable al que tiene comer una hamburguesa con queso o una barra de chocolate y caramelo, según se revelan los trabajos de un equipo de científicos de la Universidad Brigham Young, en Utah (Estados Unidos).
El estrés afecta al intestino tanto como la dieta
En la investigación llevada a cabo en ratas y publicada en Nature, se detecto que la microbiota (población de bacterias del intestino) de las ratas hembras delgadas estresadas cambia hasta parecerse a la de los machos obesos. Estos mantienen estable su composición bacteriana, si bien el estrés hace que estén más ansiosos y menos activos físicamente.
Mientras más tensos más antojadizos
Al margen de lo que sucede en el interior de los intestinos, y que puede favorecer la ganancia de peso, lo cierto es que cuando estamos estresados, mordisquear palitos de apio o de zanahoria no consuela tanto como comer un trozo de pizza, media tableta de chocolate o cualquier otra comida bien cargada de calorías.
Fernando Fernández-Aranda, coordinador de la Unidad de Trastornos de la Alimentación del Hospital de Bellvitge, en Barcelona, comenta: “Las situaciones de estrés, que directa o indirectamente suelen influir en nuestro estado de ánimo, modulan la ingesta de alimentos empujándonos a que comamos por exceso o por defecto”.
Con la comida buscamos evadir sensaciones negativas
y generalmente optar por un determinados alimentos altamente calóricos, esto es gracias a aspectos sensoriales (suelen ser más sabrosos), de privación (las personas que hacen dietas evitan estos alimentos y por tanto incrementan su deseo por ingerirlos) y biológicos/nutricionales, asociados a las sustancias que los componen y su efecto sobre el ánimo”.
Este experto, que pertenece al Centro de Investigación Biomédica en Red de Obesidad y Nutrición (Ciberobn), piensa que el estrés, por sí mismo, no engorda.
¿Su argumento?
“En el último siglo, la humanidad ha estado expuesta a situaciones importantes de estrés y no ha aumentado la obesidad como está sucediendo actualmente”.
Eso sí, admite que lo que puede engordar son las estrategias utilizadas para aliviarlo, unido a una vida sedentaria. Y lo peor, añade Fernández-Aranda, “es que se generará un círculo vicioso que activaremos en futuras situaciones de impacto”.
¿Y cuándo se produce esto?
Nuria Guillén, dietista-nutricionista del hospital San Joan de Reus y profesora en la Universidad de Tarragona, lo explica: cuando optamos por comer como válvula de escape (ingesta emocional), “elegimos el dulce porque es agradable para el paladar, y una manera de paliar situaciones de ansiedad o desánimo por el placer que genera”.
Para colmo, el estrés provoca insomnio
Cuando es crónico también afecta al sueño (en cantidad y calidad), hasta el punto de que las mujeres de mediana edad duermen como los mayores (que necesitan menos) o como los insomnes, sostiene un estudio publicado en la revista Sleep. La corta duración del sueño se asocia a una mayor ingesta calórica total, a dietas con más grasas y menos proteínas y a reducir frutas y verduras, según documenta Advances in Nutrition.
Todos ellos, factores que predisponen a la obesidad y a desarrollar enfermedades relacionadas como diabetes o hipertensión.
En este escenario es difícil encontrar una salida, pero no imposible. Una de ellas es intentar corregir la relación con la comida. Fernández-Aranda dice: más que alimentos que empeoren el estrés, debemos hablar de personas con propensión a comer ante determinadas situaciones de vulnerabilidad.
“En humanos no se ha demostrado que determinado tipo de alimentos tienen un mayor poder adictivo y, por tanto, incitan a una ingesta más fecuente; pero sí hay sustancias que influyen en el sistema nervioso central (cafeína, teína, bebidas energéticas) y que, por su efecto modulador en el estado de ánimo, pueden influir indirectamente en un plan alimentario”.
Guillermo Fouce, añade: “La sobrealimentación cumple su función a corto plazo (proporcionar un subidón de energía en un momento determinado) y la hemos adquirido como una respuesta eficaz, pero a la larga genera muchos problemas”.
Receta antiestrés
“Tomar conciencia de que es una reacción normal a la que hay que adaptarse. Después, evaluar las situaciones (si son o no estresantes), y activarnos solo ante las que de verdad lo requieran. Y, por último, aceptar una situación si no podemos cambiarla”.
Fuente / El País